Tras la guerra del Pacífico, Chile y Perú firman el tratado de Ancón en 1883 el cual da a Chile la posesión de las provincias de Tacna y Arica por diez años, fecha en la que se debe realizar un plebiscito, y además Perú cedió a perpetuidad la provincia de Tarapacá.
El tratado establece el río Sama como el límite entre ambos países hasta la cordillera con Bolivia. Sin embargo el río Sama no nace en la cordillera con Bolivia como lo establece el artículo III del tratado, pero sí de los deshielos de los nevados de la cordillera del Barroso, en la provincia de Tarata, siendo el Ticalaco su principal afluente, por ello las autoridades chilenas lo consideraron la continuidad natural del Sama incorporando dentro de la recién creada provincia chilena de Tacna al pueblo de Tarata. Para el Perú fue una ocupación ilegal, pero para Chile era lo que correspondía según el Tratado de Ancón.
Ticaco es un pueblo ubicado en las cercanías de Tarata, sobre los tres mil metros del nivel medio del mar.
El afluente del Sama, el río Ticalaco «se convirtió en un punto álgido en la controversia de Tacna y Arica. Las comunidades de Ticaco y Tarata, cabeceras de los distritos del mismo nombre estaban a tan solo 6 kilómetros, pero las separaban mucho más que esa corta distancia y el río. El Estado chileno ocupó y designó Tarata como una subdelegación». Chile edificó un retén fronterizo en el río Ticalaco.
Las imprecisiones geográficas del Tratado de Ancón firmado por Chile y Perú hicieron que la ocupación de esos territorios permitiera identificar algunas historias locales que Fredy Gambetta califica de «curiosas». Uno de estos casos es la crónica que cita del diario chileno El Pacífico, donde:
«(…) narraban como Chile perdió Ticaco, en diciembre de 1885, a raíz de un juego de rocambor. La historia es la siguiente. Llegó a Ticaco, el Teniente Coronel José Tomás Ordóñez, militar peruano quien frecuentó al Subdelegado chileno, en Tarata, José Manuel Borgoño, ganándole la partida de naipes. El trato era que, de ganar el peruano, Ticaco pasaría a formar parte del Perú. Los chilenos honraron su palabra. Desde entonces el río Ticalaco fue la frontera entre Perú y Chile. El primer retén de policía, peruano, a cargo de una guardia cívica, lo jefaturó el Comandante Ordóñez (…)».
Gambetta, 2001
El imaginario local intenta darle sentido a las decisiones diplomáticas tomadas a escala de los estados nacionales, transformándolas en «curiosidades» que pasan a formar parte de la memoria. Francois Dosse, siguiendo a Rémond y Ricoeur, señala que «en última instancia es el ciudadano quien decide en la tensión entre el polo memorial y el polo de la Historia». En las comunidades de frontera lo que se puede registrar son precisamente esas «curiosidades» de la memoria.
En 1906 peritos de ambos países formaron una Comisión para delimitar la frontera en esa zona. «Preocupado que la Comisión, la cual era acompañada por tropas chilenas, pudiera cruzar el río Ticalaco para llevar a cabo su trabajo, el prefecto peruano de «Tacna Libre» reforzó la guarnición de Ticaco, observando que si fuese necesario estaría listo para usar la fuerza para repeler a los invasores».
La acción diplomática pasa del documento y del mapa, al territorio, donde habitan los sujetos que, supuestamente son los depositarios de la soberanía, entonces los diplomáticos son reemplazados por los geógrafos o los peritos y la frontera comienza a transformarse en línea demarcatoria.
En ese contexto se produjo un acontecimiento que narra el presbítero y profesor chileno Alejandro Vicuña Pérez, respecto de un cura chileno de Tarata, de apellido Cartagena, quien -afirma Vicuña Pérez- era de avanzada edad y, al sentir cerca la muerte, decidió confesarse, pero
«(…) el sacerdote chileno más cercano a Tarata residía a treinta leguas de ese lugar. Emprender tan largo viaje, con la salud seriamente quebrantada, por aquellos caminos y bajo aquella temperatura, debió parecer al cura de Tarata un suicidio voluntario, y por eso, resolvió mejor cruzar la frontera y dirigirse a la cercana iglesia de Ticaco, donde residía un sacerdote peruano. Atravesando el puente que cruza el río, frontera de Chile y Perú, tuvo el desconsuelo de ver que no podía realizar sus anhelos. La policía peruana creyó cumplir con su deber, amenazando con cárcel al sacerdote anciano y enfermo, si no recruzaba inmediatamente la frontera ( ) Y una de estas mañanas, los soldados chilenos y peruanos que cuidan la frontera presenciaron un espectáculo conmovedor. Sobre el viejo y desvencijado puente que comunica a los dos países ( ) vieron al anciano cura chileno de rodillas junto a su hermano del Perú, confiándole los secretos de su conciencia (…)».
Vicuña Pérez, 1923
Tarata retornó al Perú en 1925 antes del periodo plebiscitario, siguiendo los acuerdos establecidos con el árbitro norteamericano en las Conferencias de Washington, Tacna retornó al Perú en 1929 con la firma del tratado de Lima, que a su vez concedió Arica a perpetuidad a Chile.
Fuente: Sama y Camarones: «Las fronteras que no fueron entre Perú y Chile» por Sergio González Miranda y Cristian Ovando Santana